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Salud mental: vulnerabilidades y soluciones necesarias

Sin salud mental no hay salud. Esta es una realidad simple, comprensible y contrastada, pero que, a pesar de ello, no se refleja en la mayoría de los sistemas sanitarios del mundo. Al menos no al nivel que se requiere.

En Europa 1 de cada 6 personas presenta algún problema de salud mental, aunque la prevalencia de las enfermedades mentales y su abordaje por parte de los diferentes sistemas sanitarios muestran una gran variabilidad entre los distintos países europeos.

Entre los países de la Unión Europea (UE), España presenta una de las prevalencias más elevadas de trastornos mentales y es uno de los tres países, junto a Portugal y Grecia, con peor desempeño en cuanto al número de años de vida con discapacidad derivada de enfermedad mental.

Esto significa que el sistema español soporta una elevada carga en salud mental, un problema agudizado por la escasez de profesionales disponibles para tratar a estos pacientes, situándonos a la cola del ranking en la Unión Europa.

Un hecho que queda reflejado en las estadísticas comparativas de los países de la UE, donde España, tanto en términos económicos como de idoneidad de la atención a la salud mental, queda por debajo de la media europea.

Si bien la mejora de la atención a la salud mental es una necesidad global, los datos y comparativas entre los diferentes países europeos ponen de manifiesto que en España urge la implementación de medidas en esta materia.

Un problema de salud pública y una prioridad que, además, está siendo acentuada por la actual pandemia de la COVID-19 y el aumento de problemas de salud mental que esta ha provocado.

El impacto de la pandemia en la salud mental de los españoles

A los problemas de base que ya existían para el tratamiento de este tipo de patologías (a la ya mencionada falta de profesionales se le suman otros relacionados con las carencias en la atención y servicios o la propia estigmatización sufrida por los pacientes), se le han sumado los efectos de la pandemia.

Así, la aparición de la COVID-19 y las circunstancias de la pandemia han situado en el centro del debate a la salud mental y han servido para revelar cómo de profundas son las grietas y cuán necesario es integrar en los planes sanitarios y las estrategias de salud pública una atención universal y de calidad a la salud mental.

Desde el año 2020 la salud mental de la población española ha sufrido un deterioro cuantificable, tanto por el aumento en el desarrollo de problemas de salud mental como por el empeoramiento de aquellas personas con enfermedades mentales preexistentes.

La tensión mental y emocional que ha acarreado la pandemia es una de las causas, tal y como refleja la encuesta sobre salud mental realizada en 2021 por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas).

En ella algo más de un 68% de los españoles manifestaron haber sentido miedo ante la posibilidad de perder a un familiar o ser querido y casi una cuarta parte de los encuestados (23,4%) declaró haberse sentido muy o bastante angustiado por la posibilidad de morir a causa del virus.

Pero, como todos sabemos, las consecuencias de la pandemia y su impacto no se han limitado al plano de la salud.

El resentimiento de la economía, los conflictos sociales, la incertidumbre laboral o el aislamiento social son solo un ejemplo de la diversidad de ámbitos afectados a raíz de la crisis sanitaria.

Y todas esas repercusiones económicas, sociales o laborales, de forma indirecta, también han contribuido a mermar la salud mental de la población española.

En consecuencia, la demanda de servicios sociosanitarios, incluida la atención a la salud mental, ha experimentado un incremento considerable, complicando aún más la capacidad de respuesta del sistema.

Necesidades y urgencias a corto plazo en la atención a la salud mental

Responder a la demanda creciente de atención a la salud mental, ofrecer las soluciones adecuadas a las personas con enfermedades mentales y evitar que la incidencia continúe en aumento requiere actuaciones inmediatas, efectivas y transversales.

Aumentar la inversión pública en salud mental es, por supuesto, un requisito fundamental para poder trabajar en la mejora y ampliación de los servicios de atención sociosanitaria en materia de salud mental y garantizar un acceso universal a ellos.

Sin embargo, también resulta indispensable realizar una planificación adecuada para abordar los diferentes frentes abiertos.

En este sentido, la atención de los colectivos vulnerables, el desarrollo de estrategias de prevención específicas y la implementación de la tecnología son líneas de trabajo ineludibles para garantizar una mejor salud mental en el futuro próximo.

Colectivos vulnerables y prevención efectiva

Si bien cualquier persona puede sufrir problemas de salud mental, existen diferentes colectivos que presentan una especial vulnerabilidad.

Debido a sus circunstancias o características diferenciales, estos grupos de población se encuentran más expuestos o son más sensibles a los factores de riesgo para la salud mental comunes a toda la sociedad.

Pero, además, también enfrentan riesgos y estresantes específicos, relacionados con sus particularidades o características distintivas.

Determinados grupos de edad, como los menores de 18 o los mayores de 60 años, constituyen segmentos de población especialmente sensibles en lo que a salud mental se refiere.

En estos casos su vulnerabilidad radica en la etapa de la vida en la que se encuentran y las circunstancias que los envuelven.

Por ejemplo, las personas de 65 años o más afrontan una serie de cambios vitales, como la jubilación o la viudedad, que pueden mermar su salud mental.

El deterioro físico y la pérdida de autonomía también son circunstancias habituales durante el envejecimiento que pueden tener un impacto notable en la salud mental de las personas mayores.

En el caso de niños y adolescentes, el hecho de encontrarse aún en desarrollo y sin haber adquirido todas las habilidades emocionales, cognitivas y sociales los hace más vulnerables a los problemas de salud mental.

De hecho, más de la mitad de los trastornos mentales se desarrollan antes de los 14 años.

Esto es muy relevante, ya que la condición mental en esta etapa no solo es importante para el bienestar de niños y adolescentes, sino que resulta determinante para la salud mental en la vida adulta.

En algunos casos, diferentes factores de riesgo para la salud mental pueden confluir y aumentar la vulnerabilidad de un colectivo.

Es lo que ocurre, por ejemplo, en el caso de las mujeres con alguna enfermedad mental que, además, sufren violencia de género.

Estos dos componentes se retroalimentan y potencian, aumentando el grado de vulnerabilidad de estas mujeres.

Así, sufrir violencia de género aumenta el riesgo de experimentar problemas de salud mental; mientras que padecer una enfermedad mental incrementa el riesgo de sufrir violencia de género.

Cuando ambos perfiles convergen, se producen efectos concurrentes y tiene lugar una situación de discriminación múltiple, donde se solapan la desigualdad y la violencia contra la mujer por cuestiones de género con la estigmatización que sufren las personas con enfermedad mental.

Esta multiplicación de vulnerabilidades acentúa la fragilidad de la salud mental y facilita que el impacto de los factores de riesgo sobre esta sea mayor y más probable.

Otro de estos grupos poblacionales con mayor riesgo es, por ejemplo, el colectivo LGTBIQ+, en el que las personas que lo integran enfrentan circunstancias específicas, tanto internas como externas, que pueden afectar su bienestar mental.

El propio descubrimiento y el proceso de aceptación de una identidad de género y/o una orientación sexual diferente a la de la mayoría, sitúa a las personas LGTBIQ+ en un estado de vulnerabilidad.

Si, además, esa identidad u orientación no es aceptada por la sociedad, el entorno próximo y/o la familia directa del individuo, su salud mental corre un riesgo aún mayor por las situaciones que involuntariamente tendrá que afrontar.

Por tanto, a los conflictos personales surgidos del proceso de aceptación se suman numerosos factores sociales que pueden generar inseguridad y fragilidad emocional, como el rechazo social y la discriminación.

Estos, además, pueden obstaculizar la integración y la participación de las personas de este colectivo en la sociedad. Un ejemplo de ello lo encontramos en las estadísticas de empleabilidad de las personas transexuales, que reflejan una tasa de desempleo del 90%.

No solo los colectivos minoritarios u objeto de discriminación son más vulnerables.

Conocer las particularidades de estos y otros grupos de población vulnerables es de gran importancia para desarrollar las estrategias de prevención necesarias y proteger su bienestar mental.

También para la realización de campañas de concienciación y sensibilización, dirigidas a la población general, que permitan minimizar los factores de riesgo de origen social que amenazan la salud mental de estos colectivos.

De esta manera se refuerza el impacto de las estrategias de prevención y será más probable alcanzar un objetivo que debe ser prioritario en los programas de salud mental: reducir el desarrollo y aumento de los problemas de salud mental en la población.

Presente y futuro de la tecnología en salud mental

La pandemia del COVID-19 ha acelerado muchas de las aplicaciones de la tecnología, fortaleciendo las que ya existían y propiciando la innovación para implementar soluciones tecnológicas en nuevas áreas o con finalidades diferentes.

La salud también ha experimentado esta transformación tecnológica acelerada, no solo en relación a las áreas de aplicación de la tecnología, sino también en cuanto al interés de la población por la atención telemática.

El 67,1% de las personas de entre 16 y 74 años, consultadas en la Encuesta de tecnologías de la información y la comunicación en los hogares del INE, declararon haber realizado búsquedas en Internet sobre cuestiones de salud durante 2020.

Además, se extendió el uso de la red y las aplicaciones móviles para la realización de otras actividades relacionadas con la salud, como concertar una cita médica, consultar documentos personales de salud o realizar una consulta médica de manera no presencial.

Todo ello ha permitido a la ciudadanía general, así como a muchos profesionales, apreciar los beneficios y el gran potencial de los servicios telemáticos de salud y atención.

Teniendo en cuenta la creciente incidencia de problemas de salud mental y el consecuente aumento en la demanda en los servicios de atención, la tecnología se alza como un elemento clave para la mejora y ampliación de los servicios de salud mental.

La atención telemática puede contribuir a reducir la carga que supone esta mayor demanda, pero, más importante aún para el bienestar de las personas, puede reportar importantes beneficios a los pacientes.

Por ejemplo, mediante el seguimiento estrecho y continuado de los tratamientos, con ayuda de diferentes soluciones tecnológicas, se pueden maximizar los beneficios del acompañamiento terapéutico de las personas con problemas de salud mental.

Esto también contribuye a consolidar los vínculos entre el paciente y los profesionales sociosanitarios, lo que se puede traducir en una mayor adherencia terapéutica y, por tanto, mejores perspectivas de recuperación.

Por estos y otros motivos, el futuro de la salud mental pasa por la implementación de la tecnología.

Pero es ahora, en el presente, cuando las Administraciones públicas deben empezar a trabajar en ello.

La urgencia y los retos que afronta el sistema sanitario en relación a la salud mental requiere que las medidas se empiecen a tomar cuanto antes.

De lo contrario, la salud mental de la población seguirá empeorando y la falta de respuesta a sus necesidades no hará más que acrecentar la complejidad de la situación.

Conclusiones

Es necesaria una mejora inmediata de la atención a la salud mental, que dé respuesta a la demanda actual y cuente con una estructura lo suficientemente sólida como para hacer frente a cualquier incremento de esta en el futuro.

La implementación de la tecnología es un elemento clave para avanzar hacia una atención a la salud mental de calidad, universal y personalizada, capaz de abordar las particularidades de los colectivos más vulnerables.

Una transformación tecnológica adecuada también facilitaría alcanzar la coordinación eficiente entre instituciones implicadas y el abordaje multisectorial que se requiere en la atención a la salud mental.

El momento de comenzar a trabajar en ello es ahora, pues España parte de una posición de clara desventaja, tal y como muestran las comparativas con otros países de la Unión Europea.

Para ofrecer una atención telemática de calidad, será necesario desarrollar protocolos de actuación y seguimientos adecuados, así como contar con equipos profesionales multidisciplinares y altamente especializados.

Es un reto de enormes proporciones, pero es urgente e ineludible si se quiere mejorar y proteger la salud mental de los españoles.